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jueves, 26 de noviembre de 2020

025.- TIEMPO DE MASCONATOS. Entrevista al autor.

Una entrevista de Rut H. White, para La Gaceta de Fort Navajo.

No ha sido nada fácil encontrar a Pablo. Lleva una vida poco pública y, me consta, ha rechazado a varios medios que han intentado ponerse en contacto con él. Si yo lo he conseguido es porque mantengo amistad con algún buen y querido conocido suyo, que me ha facilitado este encuentro. Este conocido, que vive en Córdoba, consultó previamente con Pablo y me cuenta que le costó convencerlo, pues es huidizo y poco dado a los extraños. Finalmente, me ha recibido en terreno neutral, en una cafetería de Chiclana cercana a la playa de La Barrosa. No lo conozco personalmente, así que me guío un poco por la foto de la solapa del libro. Cuando lo localizo, compruebo que es persona en la flor de la vida, la sesentena, de frente ancha, nariz aguileña, mirada penetrante, rectitud y bondad en el espíritu; justo lo que me esperaba. Nos saludamos y, tras pedir café, iniciamos la entrevista, cuya transcripción paso a exponer.

Pregunta.- ¿Por qué escribiste este libro?

Respuesta.- Lo hice para intentar recuperar un tiempo pasado, tarea imposible. No se puede hacer. Tan solo se puede escribir sobre el pasado para dejar plasmados algunos recuerdos y quizá para compartirlos con otros.

P.- Te centras mucho en la infancia y en la juventud.

R.- Son etapas míticas en las vidas de las personas. Si tenemos la oportunidad de crecer y llegar a hacernos adultos con cierta normalidad, nos cargamos de responsabilidades y obligaciones que eran casi inexistentes entonces. Quiero decir que, aunque tuviéramos que obedecer, estudiar, asistir al colegio y depender de nuestros padres, todavía nos quedaba un tiempo y un mundo de juego, de fantasía, de exploración y, sobre todo, ajeno a la inevitable parte dura de la vida. No fue así, desafortunadamente, para todos los niños. Yo tuve suerte. Y muchos como yo, también.

P.- Pero fueron tiempos muy duros. Había una dictadura.

R.- Sí. Pero yo no fui consciente de ello hasta bien entrado en la juventud. Hasta que no se despiertan en nosotros las capacidades de abstracción, vivimos en un mundo casi mágico, donde las normas no se cuestionan. Podía intuir algo extraño en la contención de nuestros padres, pero solo en ciertos momentos. La mayoría de las cosas que recuerdo en mi familia se producen en contextos muy particulares. Mis padres evitaron toda manifestación externa de protesta política. No se podía hacer otra cosa sin poner en peligro a la familia. Mis padres optaron por contenerse para protegernos. Esa contención termina por conformar un universo muy delimitado que tiende a ser tomado como natural.

P.- Hablas de los juegos infantiles y de la palabra masconato.

R.- Mucho. Y en ese contexto aparece la palabra, como parte del argot habitual entre los niños de aquella época. Ya sabes que significa tramposo en el juego. De pequeño, e incluso de joven, no era consciente de lo peculiar o específico de la palabra y que no era conocida en otras ciudades. Es una palabra bonita.

P.- Ya no se juega en la calle.

R.- No. Ahora hay parques infantiles, que acogen a los niños y los protegen de la circulación de vehículos. No es exactamente igual, ya que parecen como una especie de zoológicos donde acudir para ver a los niños jugar. Es un entorno más controlado donde, bajo la mirada de los mayores, se columpian, saltan, dan volteretas, pasean en triciclos o pequeñas bicis, trepan y se deslizan en tobogán. También hay ahora espacios deportivos que no existían entonces.

P.-  A los niños de ahora les encantan estos parques.

R.- Si, es lógico. Mira, al principio, yo iba a escribir sobre el juego infantil, sobre los juegos deportivos infantiles. Esta idea era como una prolongación de mi vida como profesor de Educación Física. Pero a medida que iba recopilando ideas, estas se fueron desarrollando más hacia otras actividades lúdicas de la infancia, y terminó abarcando los años de colegio, las amistades y otras anécdotas y episodios. Así, lo que iba a ser, más bien, un tratado, tomó la forma final de relato.

P.- ¿Y te encontraste a gusto con este género?

R.- Poco a poco, sí. Tuve que transformar muchas cosas. A veces describo algún juego de forma un poco analítica, más en el estilo de un tratado sobre el juego; pero creo que encaja bien con el aire general del libro. He escrito y tratado durante muchos años sobre juegos y ejercicios, así que esa parte me resultó más fácil. Me costó más contar cosas sobre la vida infantil y juvenil, aunque le fui cogiendo gusto y terminó por ser la parte principal.

P.- Algunas personas que han leído el libro dicen que debes tener mucha memoria.

R.- De memoria, en general, no ando mal. Pero es un poco relativo. Cada uno recuerda más las experiencias agradables, sus experiencias agradables. Las más negativas tiende a apartarlas de su mente, no tanto a olvidarlas como a obviarlas; sobre todo aquellas que le suponen más dolor personal. Como la mayoría del tiempo lo pasé bien de pequeño, es natural que recuerde muchas cosas agradables.

P.- Tus primeras lecturas son tebeos.

R.- Era lo habitual. A los niños se les enseña a leer con cuentos. Yo no recuerdo muchos cuentos, pero sí muchos tebeos. Me enseñaron tanto mundo como, después, la televisión y el cine. He coleccionado y leído tebeos gran parte de mi vida. Cuando voy a Sevilla a ver a la familia, siempre me paso por Edición Limitada, una librería especializada en cómic, que me sigue nutriendo de este arte. 

P.- Ahora se llaman comics y no tebeos. Lo recalcas en el libro.

R.- Y hasta novela gráfica, que es la cursilada de la última década. Ya se sabe que los adultos dignifican sus actividades para separarlas de la mentalidad infantil y, para ello, nada mejor que la neolengua. Hay tebeos buenos y tebeos malos, como hay buenos y malos libros, películas, cuadros, muebles y personas. Pero hay cierto reparo cultural a reconocer que uno lee tebeos, como si temiera ser tildado de tontotebeo.

P.- ¿Tontotebeo?

R.- Es como un tontoperro o un tontoparaguas. Un tontoperro solo vive para su perro. Un tontoparaguas es el que a la menor gota de lluvia saca el paraguas. No me hagas caso, que estoy bromeando y siendo malévolo, mujer. Si te gustan los perros y los paraguas, pues está muy bien. Son realidades prácticas y útiles, mientras no te muerdan a ti o a los demás, y mientras no les saques los ojos a nadie con las varillas. Sigo bromeando.

P.- He escuchado decir que donde hoy hay un tebeo, mañana habrá un libro.

R.- Pudiera ser, pero no creo que sea una regla general. Donde hoy hay un tebeo, mañana habrá más tebeos. Me lo creo más. Hay quien come lo mismo desde pequeño y no le cambia el gusto ni le atraen otras cosas. Y hay quien va experimentando novedades y otros mundos. Dependerá de lo que le salga al encuentro, de la suerte, de la educación, de las personas que lo rodeen, del interés o curiosidad que vaya desarrollando... Sobre todo, a medida que pasan los años, estos últimos factores, la curiosidad y el interés por conocer más cosas, son cruciales.


P.- ¿Qué sueles leer?

R.- Es muy variable. A veces leo narrativa y a veces ensayo. No hay preferencia. También teatro, aunque es menos usual ahora que hace unos años. Lo último que he leído ha sido El verano que mi madre tuvo los ojos verdes, de Tatiana Tibuleac. Lo hice por recomendación de Antonio Díaz González, buen escritor isleño, y me gustó su aire de patada en el estómago, como diría mi hermano Juanma, que también es buen guía para mí. Juanma me descubrió, por ejemplo, a Michel Houellebecq en La posibilidad de una isla, que es una novela tremenda.

P.- Pareces estar muy al día en literatura actual.

R.- No, no lo estoy. Los apuntes que te he hecho puedes considerarlo como un punto de presunción, porque, realmente no los descubrí por mí mismo. A veces puedo leer cosas actuales, pero no es lo corriente. Suelo escarbar más en clásicos y no todo lo que debiera. No soy ordenado en esto y no milito entre las filas de los muy informados. Pero tengo suerte con algunos de mis contactos. 

P.- ¿Contactos literarios?

R.- No exactamente. Precisamente estás aquí entrevistándome por nuestro común amigo, que es una de mis fuentes de asesoramiento e información literaria. Él es, como sabes, profesor de Lengua y Literatura, gran lector y también gran poeta. Y, por encima de cualquier otra cosa, gran amigo. Ya tengo ganas de verlo y no solo de hablar con él por teléfono. Cuento también con familia y amigos, aquí en Cádiz y en Sevilla, que también leen mucho y me aconsejan lecturas de todo tipo (género histórico, novela negra, ciencia ficción, crítica social...). Antonio Aguilera Nieves, de Isla Cristina, es mi cuñado y, entre otras cosas, es escritor de muy buenos relatos como Antropoceno o Ínsulas. Tengo mucha suerte. Tampoco me paso todo el día leyendo. Tengo más aficiones.

P.- ¿Por ejemplo?

R.- Música, cine, series, excursiones, viajes... Pero mi auténtica afición a estas alturas de mi vida son la familia y los amigos. Pocas cosas me gustan más que una buena jornada de reunión y contacto. No estamos en eso ahora mismo, y hay que esperar a que pase esta pandemia.

P.- Las reuniones familiares también pueden ser un poco pesadas.

R.- Será así para quien no tenga la suerte de contar con la familia adecuada. No es mi caso, afortunadamente. 

P.- ¿Echas de menos el trabajo de profesor?

R.- No, no. Puedes escribirlo en mayúsculas. Pero, de alguna manera, sigo vinculado al trabajo porque mi mujer sigue ejerciendo como profesora de Latín. Parte de nuestras conversaciones diarias giran en torno a sus peripecias profesionales y comentamos y analizamos las peculiares y, muy a menudo, absurdas propuestas educativas de la administración educativa. Gracias a mi mujer me aficioné a entretenerme también con lecturas o documentales sobre el mundo clásico. Me ayudó mucho en la corrección del libro.

P.- No la mencionas en el relato.

R.- Nos conocimos más tarde. Es de Écija y no pudimos coincidir de jóvenes. Mira, volviendo a lo del trabajo, lo que sí echo de menos es a algunos compañeros. Con muchos de ellos gocé lo indecible por su ingenio y su humor.

P.- Es algo muy común en el profesorado, ¿no?

R.- Bueno, yo he visto de todo. No generalizaría. Lo que sí es verdad es que muchos profesores esconden cualidades que no terminan de ser expuestas a su alumnado, bien porque este no lo necesite o bien porque sean personas discretas. 

P.- ¿Puedes ampliar este punto?

R.- Yo he conocido personas muy singulares. Esto parece la escena final de Blade Runner, ¿verdad? Había un profesor que poseía en su domicilio una biblioteca personal de dimensiones increíbles, con libros guardados en doble fila en todas las estancias de la casa. Este profesor era una persona muy sencilla en el trabajo, pero con una afición tal a los libros que muy bien hubiera podido dar formar a un personaje de una novela de Carlos Ruiz Zafón. 

P.- Cuéntame más de esa persona.

R.- No. Creo que no. Creo que hay que conservar el misterio que existe incluso en un lugar tan poco mediático, en principio, como nuestro entorno. Hay personas entre nosotros que guardan para sí talentos ocultos y que solo llegan a ser conocidos en determinadas situaciones. El misterio está ahí fuera, pero muy cerca. ¡Ja, ja! Convive con la escasez cultural.

P.- ¿No echas de menos a los alumnos, dar las clases o su contacto?

R.- Tampoco. En los últimos años no conectaba apenas con ellos porque el sistema educativo nos separaba cada vez más.

P.- ¿Cómo?

R.- Quiero decir que la monserga pedagógica de centrarse en el alumno o el discurso oficial de partir del alumno y sus intereses, han terminado por estar tan presentes en el sistema educativo que este se ha quedado en eso. Esto ha limitado el posterior progreso hacia el conocimiento eficaz que debiera venir a continuación de ese punto de partida, y nos hemos quedado no ya en el camino, sino en la salida. Hemos infantilizado tanto la educación que el producto es la falta de conocimiento y la falta de capacidad lógica. Nos dicen que ahora aprenden otras cosas, pero no es cierto; lo profesores sabemos que no aprenden ni siquiera otras cosas. No tienen ni paciencia para leer y escribir correctamente, que es un signo de mente bien ordenada. Mira cualquier concurso televisivo y fíjate en las preguntas y en las respuestas. Y eso no solo desde el punto de vista del dato o del detalle histórico, tampoco tienen otras destrezas prácticas desarrolladas. Ni siquiera las destrezas sociales. Por no saber no saben ni buscar en Internet. Su uso de la informática y los medios se limita al chateo o a la conversación, y al corta y pega para los trabajos o tareas del instituto.

P.- Quizá la escuela debiera cambiar.

R.- El problema es que la han cambiado demasiado. ¿En tu familia hay agentes de asuntos internos? ¿Puedo hablar claro?

P.- ¿Como?

R.- ¿Hay inspectores de educación?

P.- Creo que no.

R.- Mejor. Están bien adiestrados en perseguir al profesorado. Ya no asesoran. No sé si lo hicieron alguna vez, pero ahora, desde luego, no lo hacen. Ni siquiera ellos distinguen bien entre objetivos, criterios, estándares de aprendizaje y rúbricas. No conocen bien ni la neolengua del sistema,  inventada para confundir al profesorado. Tan solo sancionan y culpan a los profesores del fracaso escolar y hasta de las faltas de asistencia de sus alumnos. Es increíble. Y no hablo de los típicos profesores distantes o mal preparados, que los hay, como en cualquier otra profesión. Si has ido a la oficina del catastro o a MUFACE y has dado con los mismos funcionarios que yo, sabrás a lo que me refiero. Hablo de perseguir al profesor riguroso y exigente. ¿Si un niño no come es siempre porque la madre es mala cocinera? ¿No será porque come gusanitos, caramelos o chicles todo el día y cuando llega al plato no le apetece? En Educación, en la televisión, en Internet, en el móvil, hay muchos gusanitos y caramelos que los atiborran y convierten en una mala digestión a cualquier contenido o exigencia educativa más allá de los intereses cercanos al alumno, al parecer los únicos necesarios o legítimos para su formación. Es una visión muy moderna pero muy limitada de la educación y la enseñanza. Así nos va.

P.- ¿Crees que son tiempos malos para la cultura?

R.- Totalmente. La estupidez anda desatada. Hace poco me ha llegado un chiste por whatsapp que dice "Con lo que está cayendo en La Cantora y la gente preocupada por la pandemia". Es muy indicativo de los focos de atención que importan a demasiada gente. Solo hay que ver la presión o la tabarra por gozar de una Navidad medio normal, a pesar de las advertencias hacia la llegada de una tercera ola. Se ha desatado una especie de guerra fría entre por un lado, la juventud despreciativa de la vejez y, por el otro, la vejez miedosa de los jóvenes. No es la primera vez en la Historia. Esto va por ciclos.

P.- No todos los jóvenes son así.

R.- Estoy de acuerdo. Además, me obligo a pensarlo. Y hay muchos que colaboran, pero siempre tienen la tentación de ceder ante la presión ambiental de muchos otros. Es como en los casos de acoso escolar, cuando se mira hacia otro lado. Muchos periodistas, con esto de la pandemia, os estaréis dando cuenta ahora de la cantidad de gente que existe con comportamiento egoísta e infantil. Esto no es cosa de hace un rato. Fíjate en las muy diferentes edades de los que se comportan con inconsciencia. No es una franja de edad estrecha, es bastante amplia. Es el producto de muchos años de falta de rigor en la educación. Y no hay razones para esperar un cambio. Las leyes educativas no van por ahí. Como mucho, esto mejorará cuando llegue la vacuna, sálvese quien pueda y a otra cosa, mariposa. El problema se resuelve groseramente con satisfacer el individualismo de corto alcance. Por ahí van las cosas.

P.- ¿Tienes miedo por la situación?

R.- Como cualquiera medianamente informado. Como he dicho antes, también hay adultos con comportamientos muy poco racionales; y no todos son inspectores de educación. El otro día en la pescadería una señora hablaba en voz bien alta sobre los males de las próximas vacunas, manifestando que ella no se pensaba vacunar. No me contuve y le di las gracias porque así yo tendría que esperar menos cola. Tendría que haberle dicho que así también le podría ceder mi sitio en la UCI.

P.- Cuentas en el libro que no trataste mucho a las niñas durante tu infancia.

R.- No. Estábamos bastante segregados, tanto en el colegio como en nuestros juegos. Sin embargo me han llegado informaciones de mujeres que han leído el libro y que dicen haber conocido o jugado en ocasiones a los juegos destinados o pensados para los niños de sexo masculino. Lo celebro, aunque no lo recuerdo así. También celebro que hayan leído el libro y que me lo hagan saber. No me sorprende demasiado ya que son más ávidas lectoras que los hombres. Me cuentan que les ha gustado el relato, lo que me resulta muy agradable pues no estaba dirigido en principio a un público femenino sino que esperaba encontrar, más bien, la complicidad masculina. Ha sido un agradable hallazgo.

P.- ¿Mantienes el contacto con muchos antiguos compañeros del colegio o del instituto?

R.- Muy poco. Es muy difícil, tanto porque cambié de colegio al terminar el bachillerato elemental como porque me fui a vivir unos años a Sevilla. Después, aunque volví a San Fernando, fijé mi residencia en Chiclana. Todo esto me ha llevado durante años a no transitar demasiado por las calles Real, Rosario y San Rafael, las principales vías de encuentro y reconocimiento en San Fernando.

P.- Entonces, muchos no se acordarán de ti.

R.- Es natural. Yo también he olvidado, sobre todo, algunas caras. Recuerdo mucho más los apellidos que los rostros. A pesar de ello, he recibido alguna llamada por parte de alguno de los más antiguos compañeros de La Salle, agradecido y emocionado por reavivar el recuerdo de aquellos años. Algunos otros me han ayudado en la identificación de los niños que aparecen en las fotografías de grupos de La Salle y del Liceo. Y he podido constatar que los hay con más memoria que yo.

P.- ¿Qué es lo que más te gusta del libro?

R.- Cuando lo elaboraba, muy a menudo, soltaba grandes carcajadas ante lo que había escrito. Era como volver a asistir a aquellos momentos. Me agrada el hecho de que algunos de mis afines se hayan reído ante los mismos pasajes. En líneas generales, puede decirse que está escrito mezclando el humor con la nostalgia. Ese puede ser un buen resumen para describirlo.

P.- ¿Seguirás escribiendo?

R.- Al menos, como pasatiempo sí que lo haré. Ahora escribo y reflexiono sobre mis años como profesor. No sé si publicaré algo sobre ello. Ya se verá.

P.- Pues, muchas gracias por concederme esta entrevista. 

R.- De nada. Ha sido un placer.

                                                                                                                    Rut H. White

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sábado, 21 de noviembre de 2020