Tizas rotas (Editorial DONBUK, 2022)
Una entrevista de Rut H. White
En esta ocasión me ha resultado muy fácil contactar con Pablo Ángel, pues ya lo pude entrevistar cuando publicó su anterior relato, TIEMPO DE MASCONATOS. A pesar de su fama de huidizo no he tenido que recurrir a ningún intermediario y, simplemente, lo he telefoneado para concertar la cita en su propio domicilio. Esta se produce un par de tardes después. Nos instalamos en el salón de la casa y me sirve café. Él lo toma descafeinado. Procedo con las preguntas.
P.- TIZAS ROTAS se trata de un libro muy diferente al anterior, por lo que veo.
R.- Sobre todo por el tono. Este libro es poco complaciente si lo comparas con TIEMPO DE MASCONATOS.
P.- El subtítulo de la
obra, “Treinta y tres años en Secundaria”, parece anunciar su experiencia
docente, ¿no es cierto?
R.- Así es. La cifra de
treinta y tres años redondea a la de los treinta y dos y medio que me llevé en
la profesión. Treinta y tres años es una cifra que resulta más idónea, es mucho
más llamativa y resulta menos prolija que treinta y dos y medio, que es la que corresponde a mi caso.
P.- Porque el libro es
autobiográfico, ¿no?
R.- No. Mi biografía no es interesante para nadie, salvo para mi familia. Lo
que ocurre es que solo puedo hablar de las cosas que conozco y es inevitable
recurrir a mi vida docente para montar un relato sobre un profesor de instituto. Modifico algunas circunstancias sobre la geografía, los centros de trabajo y las personas. Solo trato en el relato temas profesionales. La vida privada del protagonista permanece al margen y
no escribo apenas sobre ella, tan solo lo que resulta pertinente
para la historia que cuento.
P.- Pero coincide que
el protagonista del relato, Carlos, también resulta permanecer treinta y dos
años y medio en la profesión.
R.- Sí. Se jubila en
cuanto puede, al cumplir sesenta años, como yo y como la mayoría de los
funcionarios públicos docentes que conocí. Este no es tanto un detalle personal o
biográfico insólito, sino que resulta muy común y viene a reflejar bastante el hastío y la desilusión de
gran parte del profesorado.
P.- ¿Tan desilusionado
está el profesorado?
R.- Entiendo que lo
está. De esto solo saben los que conviven con algún profesor de instituto.
P.- Sin embargo, hay
quien está muy cómodo con sus horas de trabajo, con su vocación…
R.- Gente cómoda sí
que hay. Generalmente los que no hacen nada, los que pasan lista y no se
preparan las clases, los que no cambian de método nunca, los que no leen sobre
su materia o sobre pedagogía… Como en cualquier profesión, en la enseñanza hay
tunantes, pícaros, flojos y aprovechados. Es curioso, pero muchos de estos
dicen que sienten una gran vocación por la enseñanza. Yo creo que lo que
sienten es una gran comodidad por no ser cuestionados nunca por los jefes.
P.- ¿No son
controlados?
R.- Se controla la
asistencia y se controla, sobre todo, que no resulten ser profesores que
suspenden demasiado.
P.- Eso que dice
resulta un poco fuerte.
R.- Y antipático, pero
es verdad. Vivimos unos tiempos en los que lo que importa es no molestar. No
importa que no se enseñe. Lo importante es no molestar y, por tanto, en este
campo lo importante es no suspender. Un profesor que no suspenda, no tendrá
nunca problemas con la Administración, ni con los alumnos, ni con los padres de
estos.
P.- Esto resulta algo
caricaturesco.
R.- Pásese por un
instituto. Hable con los profesores. Conozca sus miedos. Observe lo que hacen en sus clases. Lea
las programaciones de las materias. Asista a las reuniones del claustro, a las de los
equipos educativos o a las de los departamentos. Introdúzcase en este mundo. Es
lo que hago en mi relato.
"En general, los alumnos saben quién les ha enseñado algo y, desde luego, saben con quién no han aprendido nada"
P.- Habrá de todo,
claro.
R.- De todo. Lo malo
es que no abunda lo valioso, sino lo mediocre y lo increíblemente mediocre. ¿No
tiene Ud. hijos que hablen de sus profesores?
P.- Sí. Alguna vez
hablan bien de unos y mal de otros.
R.- Pues eso. En
general, los alumnos saben quién les ha enseñado algo y, desde luego, saben con quién
no han aprendido nada.
P.- Con este libro no
va a hacer muchas amistades con parte del profesorado.
R.- Ni lo pretendo. Lo
que quiero es dejar constancia de una realidad de la que la sociedad no está suficientemente informada.
Tenemos una enseñanza muy mediocre y nada rigurosa, tanto porque hay profesores
mediocres como porque el sistema educativo es endeble y de risa.
P.- Pero, sin embargo,
se tiende a pensar que la enseñanza es hoy mejor que antes.
R.- Si dice que es
mejor porque no te castigan o no te azotan estoy de acuerdo. Eso no lo discuto y por ahí no me va a encontrar. Es un argumento bobo, como de ley del péndulo o de ver las cosas solo en blanco y negro. No es eso lo que quiero señalar. Lo que digo es que la educación de hoy no es mejor que la que yo recibí, en lo que se refiere a los conocimientos y el trabajo que se le exigen al alumno, que cada vez son menos. Ahí radica gran parte del problema actual. Todo está embarullado y diseñado para hacer creer a los ciudadanos que el sistema educativo es de gran calidad. Yo no estoy de acuerdo y, por el contrario, pienso que cada vez es peor y muy endeble en este sentido.
P.- Dicen que antes
era todo más teórico y hoy es más práctico. Eso es un buen avance, ¿no?
R.- Es que no es
verdad. Es lo que se dice, pero no es verdad. Pregúntele a alguien que tenga
menos de cuarenta años cuánto es un metro, que lo señale sobre el terreno. Con la reciente pandemia mucha gente
de las nuevas generaciones no apreciaba ni calculaba bien cuánto era metro y medio o dos
metros de separación entre las personas. La inmensa mayoría de los alumnos no
sabe calcular cuánto son diez metros en la pista deportiva. La mayoría
piensa que el mundo atómico y subatómico es de planetitas y órbitas. No saben
interpretar la composición de los alimentos ni su valor energético. “Esto
tiene hidratos de carbono, pero no lleva azúcares”, he escuchado
muchas veces. También habría que decir mucho acerca de que la educación del pasado solo era teórica y memorística. Con ese postulado, por un lado, parece ridiculizarse o rebajar la importancia de lo teórico y la importancia de la utilización de la memoria; por otro, se obvia que la educación siempre ha contenido un aspecto práctico ineludible. Esto de describir la educación antigua como únicamente basada en la lección magistral es una forma de tildarla malévolamente. Yo siempre estaba haciendo cosas: lecturas, cuadernos, resúmenes, tareas, problemas, supuestos, laboratorio, microscopio, excursiones, juegos, dibujos, trabajos manuales... Y no únicamente escuchando una lección magistral del profesor, que, por cierto, también tiene su cabida, su lugar, su propio sentido y valor. ¿Acaso los educados en mi generación hemos salido poco competentes o tontos de salón? Yo creo todo lo contrario; que sí que salimos bastante más competentes para andar por muchos más terrenos que los jóvenes de ahora. ¡Pues anda que no hemos tenido que adaptarnos a cambios y a novedades! Y lo hemos hecho, entiendo, gracias a nuestra formación, preparación y disposición, que a su vez, algo tendrán que ver con la educación recibida.
P.- Pero el
protagonista de su relato sí creyó en la necesidad de las reformas educativas
en su momento.
R.- Sí. No estaba
contra las reformas porque siempre hay que mejorar el sistema. Lo que ocurre es
que el sistema no solo no ha mejorado, sino que ha empeorado.
P.- ¿Por qué muchos
profesores están tan en contra de la pedagogía?
R.- Esto es complicado. Por un lado, si se es benévolo con el profesorado, hay que admitir que las últimas leyes educativas y sus desarrollos contienen una jerga de términos y neotérminos que no conducen nada más que a confusión. En muchos apartados se mezclan o incluyen conceptos que pertenecen a diferentes categorías. Los profesores, y antes que nada los de filosofía, se escandalizan con estos planteamientos tan desordenados. Por otro lado, mucho profesorado también está en contra de la pedagogía por ignorancia.
P.- ¿Por ignorancia?
R.- Sí, por ignorancia. Es
como estar en contra de la psicología. Hay que estar en contra del mal
psicólogo o del pedagogo desnortado, pero no de sus ámbitos científicos. Lo que
ocurre es que mucho profesor no solo no se ha formado mínimamente en pedadogía
o en didáctica, sino que ha confundido estos campos con las neopedagogías
imberbes y escasamente fructíferas que nos invaden desde hace años y que
alucinan a nuestros políticos. El resultado es que, a muchos, todo lo que suene a
pedagogía les parece inútil. Es un gran error.
P.- Volviendo al
libro, sus capítulos son muy diversos. Cuenta la evolución profesional del
protagonista, sus comienzos entusiastas…
R.- Sí. Entusiastas y
discretos. Carlos es alguien, como yo, que no se educó ni estudió para ser
profesor. Es casi un intruso en la enseñanza y tiene que partir de cero. Creo
que esta condición, la de venir de fuera, la de allegado, le proporciona una
visión o una perspectiva privilegiada. Si bien ha de aprender a marchas
forzadas, también puede mantener una cierta mirada objetiva, desde fuera. Es un poco eso que los
antropólogos como Marvin Harris llamaban mirada o punto de vista etic.
"Esto de la vocación es un poco místico y, por tanto, un poco mítico o de cuento de hadas"
P.- Hay un capítulo
muy tajante sobre lo que el profesor protagonista aprendió de sus alumnos.
R.- Sí. No aprendió
nada. Mantener lo contrario es una cursilería, palabras bonitas de película
romántica sobre la educación. Carlos así lo manifiesta porque considera que
perder el tiempo en debates nimios entorpece la labor del profesorado. Hay
mucho romanticismo trasnochado docente, como cuando los profesores hablan de su vocación.
P.- Este tema es
interesante. El protagonista no tenía vocación docente.
R.- No. Lo que tenía
era hambre. Decidió cambiar de profesión porque estaba en paro como médico y
vio una oportunidad en el mundo docente para subsistir y mantenerse. Sus estudios lo hicieron competente y con capacidad de adaptación a lo nuevo.
P.- Pero, sin vocación, ¿no es más difícil?
R.- Esto de la vocación es un poco místico y, por tanto, un poco mítico o de cuento de hadas. Lo que hace Carlos es tomarse su trabajo
en serio. Conocedor de sus limitaciones profesionales, intenta aprender cuanto
puede para resultar mínimamente un profesor digno. Esto lo conduce a distinguir
muy pronto lo valioso y a despreciar lo superficial o, lo que es peor, lo
fraudulento.
P.- ¿Hay muchos
profesores como Carlos?
R.- Es una pregunta
casi personal porque, lógicamente, el protagonista está basado en mí. Carlos no
es el mejor profesor del mundo. Es, simplemente, un profesor que intenta ser
serio con su trabajo. Hay muchos. Los hay. Pero, siento decirlo, no son la
mayoría en la enseñanza. Como en cualquier otra esfera humana, en cualquier
otra profesión, lo que abunda no es la excelencia, por utilizar un término algo
desprestigiado en la enseñanza. Carlos no es excelente. Es trabajador y es cumplidor. Y, sobre todo, lo que no es Carlos es creyente en la religión del no
esfuerzo en el aprendizaje y de la aceptación de la mediocridad.
P.- Que Carlos sea un
profesor de Educación Física, ¿lo incapacita para ofrecer una visión ajustada o
más completa de la enseñanza?
R.- Casi le ha faltado
decir “un mero profesor de Educación Física”. No pasa nada. Estoy acostumbrado
a que esta asignatura sea tildada de maría,
porque, en realidad y por su consideración administrativa, lo es. Carlos
empieza como profesor de esta asignatura para convertirse enseguida en profesor
de materias menos marías en el seno de la Formación Profesional. También ha
sido tutor de Secundaria, secretario del instituto, ha impartido clase de
Fisiología en los bachilleratos experimentales, talleres de Sexología, Educación
para la Ciudadanía, cursos en el centro del profesorado, ha estado en la innovación educativa, llega a ser catedrático, escribe libros de texto, recibe un premio nacional de enseñanza… Creo que ha tenido la suficiente experiencia como para
saber resumir e interpretar acertadamente la vida y el funcionamiento en un instituto; en un
instituto de barrio, que es aún más complejo, por decirlo así.
P.- ¿Carlos se haría
profesor hoy en día?
R.- Con lo que Carlos
sabe ahora, no. Pero esa situación es imposible. Cuando se empieza en una
profesión no se sabe lo que te espera. Así que, puede que sí, que Carlos
eligiera ser profesor hoy. El asunto de la vocación llegaría después de dar el
paso, como me ocurrió a mí.
P.- ¿Cree que el libro
se puede recomendar a alguien que empieza en la profesión?
R.- Bueno, creo que su
lectura le ayudará a conformar su visión sobre el mundo educativo. Puede
encontrar en él rincones curiosos o ideas para desarrollar en su día a día y,
sobre todo, puede encontrar advertencias sobre lo que no conviene ni explorar.
P.- ¿Qué ha sido lo
más positivo en su paso por la enseñanza?
R.- Encontrar buenos
compañeros con los que trabajé y congenié. Los tuve y algunos se
convirtieron en amigos verdaderos. Curiosamente, la labor del profesor es muy
solitaria, siempre estás solo ante el alumnado. Así que, si se tiene la
oportunidad de compartir aula con otros profesores, se puede crecer mucho
profesionalmente. He dicho se puede.
No siempre es así. Hay veces que es mejor volver a tu soledad.
P.- ¿Y lo peor?
R.- Que el sistema educativo no me dejó enseñar todo lo que yo consideraba interesante y valioso.
"Ahora en los centros educativos se aprende a no aprender"
P.- ¿No ve nada positivo en la situación actual?
R.- La universalidad de la enseñanza. Pero ha venido acompañada de una gran rebaja en el rigor. No comparto esto. Para lo que se le ofrece al ciudadano actualmente en los centros educativos no hace falta un licenciado en la mesa del profesor. Puede resumirse así: los profesores actuales son ahora monitores de tiempo libre. Les basta con pasar lista y tomar nota de la presencia del alumno en el aula. Los exámenes parecen tener los días contados y son, cada vez más, puramente anecdóticos e intrascendentes, sin peso específico definitivo en la evaluación final. Si esto no se modifica, el supuesto ciudadano competente que se propugna, no será más valioso que un maniquí.
P.- Entonces, ¿los alumnos no aprenden mucho ahora?
R.- Aprenden algo que me parece un error. Voy a ser muy contundente al señalarlo y tómeselo como un titular. Despues vendrá la letra chica. Aprenden que no tienen que esforzarse demasiado ni que examinarse para seguir adelante en el proceso educativo. Si me permite un juego de palabras con la nueva terminología pedagógica, puedo concluir lo siguiente: Ahora, en los centros educativos se aprende a no aprender. Miedo me da.
P.- A mí también. Me quedo algo preocupada. ¿No estará exagerando demasiado?
R.- He dibujado una caricatura a grandes rasgos. Hay que comparar este diseño caricaturesco con el día a día y comprobar hasta qué punto existen los defectos que he señalado y hasta qué punto han calado en la comunidad educativa.
La entrevista ha finalizado. Le doy las gracias a Pablo Ángel Gil Morales y retengo en mi mente esta última imagen, la de que todo no es más que una gran caricatura, demasiado crítica con un sistema educativo del que tantos políticos y expertos hablan muy bien. Sin embargo, compruebo que son ya muchos los profesores de a pie que no suelen coincidir con estos políticos y expertos. Como mínimo, es para pensarlo.
Rut H. White es corresponsal de Aprendí en el kiosco
TIZAS ROTAS. Treinta y tres años en Secundaria.
Editorial DONBUK
Año 2022
536 páginas
Precio: 20,99 €
En formato digital: 4,99 €
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