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domingo, 14 de junio de 2020

016.- ¿Hay soluciones para la emergencia educativa de septiembre?

Ha dicho la OMS que en pocas semanas habrá buenas noticias sobre tratamientos para el coronavirus. No sé, de ser cierto, hasta qué punto nos beneficiaremos enseguida; es decir, no sé si habrá un medicamento fiable y disponible en agosto que llegue a todos. Ojalá. Mientras tanto, hagamos como que no y pensemos en el retorno a las aulas en septiembre.

La situación provocada por la crisis del coronavirus en el terreno educativo es desoladora. Nuestros jóvenes han visto interrumpido su sistema formativo y este ha pasado a ser sustituido por un discutible sistema a distancia, telemático y con muchas lagunas, desde la falta de medios sufrida por una importante proporción del alumnado hasta la falta de confianza de buena parte del profesorado en las tareas recibidas y, supuestamente, leal y legítimamente elaboradas por sus estudiantes. Estos son problemas formativos. Pero no son los que preocupan a nuestros políticos. NO.

A los políticos, desde hace, mucho tiempo -y esto no lo ha entendido la mayoría del profesorado- no les importa la formación del ciudadano, a pesar de que sí dicen estar muy interesados en la educación. Lo que ocurre es que la visión de la educación del político es muy diferente a la del profesorado. Los políticos solo se interesan por las cifras del fracaso escolar y porque el alumnado esté recogido -custodiado- en el aula. Los profesores no quieren custodiar ni ejercer de pastores. No. No han estudiado para eso. Han estudiado y se han formado para enseñar, para impartir conocimientos, para llenar la mentes de sus alumnos, para hacerlos hábiles mental y físicamente, para dotarlos de recursos lingüísticos, matemáticos, científicos, lógicos, psicomotores, sociales, culturales, normativos, legislativos y contextualizados al momento histórico, para que sepan de dónde venimos y a dónde vamos, y todo ello para prepararlos ante la vida, la vida real: el amor, el trabajo, la ética, la libertad, las distintas opciones, la solidaridad, los derechos, las obligaciones, la responsabilidad, la salud, el tiempo de ocio y, también, la frustración, la adversidad, la crisis, el revés, la enfermedad y el sacrificio. La lista puede completarse aún más, pero creo que es más que suficiente ahora para las intenciones de este artículo. 

Tanto es así que cuando los políticos hablan de educación, y ahora con la crisis sanitaria del coronavirus se ve con gran claridad, en realidad de lo que hablan es del problema de qué hacer en septiembre con los niños -y permitan que en esta rápida locuacidad escrita incluya en el vocablo niños a cualquier estudiante independientemente de su edad y sexo-. Sé que no es políticamente correcto, pero me importan ahora un comino la neolengua y la matización pija de tertulia pedante. Lo siento. Estoy cocinando y nos morimos de hambre, así que dejemos el tema de las servilletas, si deben ser de papel o de tela o si el tenedor va a la izquierda o a la derecha. Hablemos de comer.

El problema de septiembre se ha venido dilatando y SE HA PERDIDO MUCHO TIEMPO. Esta vez los políticos y gestores educativos se han lucido pues, acostumbrados como estábamos los profesores (me incluyo porque lo fui), a que no se ocuparan de la enseñanza del ciudadano, ahora no se han ocupado ni de la custodia del niño a partir de septiembre. Es decir que no sirven ni para ejercer de aparentes políticos.

Ahí van algunas tremendas ideas para intentar solucionar lo de los espacios y las distancias, al menos, en la enseñanza pública. Molestarán a muchos, incluso a antiguos compañeros míos, pero estamos en crisis. Estamos en auténtica crisis, así que no queda más remedio que apretar y aceptar. No queda más remedio que aceptar cierta dosis de frustración, precisamente una de las cosas que no nos dejan enseñar a nuestros estudiantes. Estemos a la altura de los acontecimientos.

Por lo pronto, ya vamos tarde ya que algunas medidas debían estar ya tomadas, como por ejemplo, la de contar con un censo de espacios públicos disponibles para ampliar el espacio educativo. Lo de la biblioteca o el gimnasio del colegio no tiene más alcance, y resulta propio de quien no conoce el funcionamiento de los colegios e institutos, pues la biblioteca alberga solo a un grupo y el gimnasio estará ocupado por los distintos grupos de educación física (y si queda algunas horas sin ocupar, serán muy pocas).

Los espacios públicos que debían haberse ocupado de censar las administraciones públicas (municipales, autonómicas y estatales, tanto educativas como de otros ámbitos) pasan por contar con las casas de juventud municipales, bibliotecas y aulas municipales, aulas de escuelas de idiomas que queden libres en determinadas horas, aularios de edificios destinados a congresos, teatros municipales, aulas de pabellones deportivos municipales, aulas en museos y centros oficiales públicos de distintas dependencias que cuenten con aulas. Salen unos cuantos, ¿verdad? Pero hay más. Hay asociaciones con subvenciones públicas que cuentan con espacios aprovechables. Hay dependencias del Ministerio de Defensa con espacios aprovechables, no necesariamente cuarteles -aunque tampoco los descarto-. Hay iglesias y templos. ¿Cómo? ¿Iglesias? Sí. Hay una en cada barrio. Si el obispo, el párroco o el monaguillo ponen pegas, que le pregunten directamente a Francisco, que seguro que se retrata. Para ir al baño, si los del templo son insuficientes -como creo que es razonable pensar- siempre se pueden contratar servicios portátiles con el dinero que sobrará de los múltiples proyectos que no se llevarán a cabo. Imaginación, por favor. Y que el lector de esto también aporte ideas. Se me escaparán muchas.

Todo esto puede utilizarse para la PRIMARIA, que tan apretada está de alumnado y que tan difícil, parece ser, tiene el desdoble por la tarde pues se plantearía el problema de quiénes cuidan a los pequeños en la casa. Encima, tampoco se ha hecho un censo, una encuesta o una opción de solicitud en las matrículas para aquellas familias que pudieran acogerse a una educación en jornada de tarde para sus hijos.

Y si se dice que este tipo de soluciones podría implicar agrupaciones heterogéneas de alumnado que me expliquen cómo se desenvuelven los maestros en las  aulas rurales de toda la vida. Crisis, amigos. Estamos en crisis. Y la crisis es de custodia, no se olviden ni se despisten. Claro que los maestros pueden tener que trasladarse a edificios distintos de los de su colegio habitual. Es una medida temporal hasta que haya tratamiento o vacuna.

Para la SECUNDARIA hay más opciones. Dado que la mayoría de los centros solo funcionan por la mañana, hay que generalizar el desdoble para la enseñanza postobligatoria. Los bachilleratos y la formación profesional pasan a la jornada de tarde de forma general. De esta forma se crean espacios por la mañana para grupos de la ESO de veinte alumnos. Lo mismo sucede por la tarde, con los grupos de bachillerato y de formación profesional. En los IES donde ya se utiliza la tarde, por ejemplo para la Educación de Adultos, se podría hacer lo mismo ya que esta dedicación no suele requerir de muchos espacios, y se pueden acoger bastantes grupos de las enseñanzas de la mañana. También podrán utilizarse algunos de los espacios de los colegios de Primaria para albergar a algunos grupos de Bachillerato. En este caso puede haber incomodidades de mobiliario didáctico o de medios audiovisuales, pero quizá pudieran subsanarse parcialmente con algo de imaginación, por lo que solo apunto esta posibilidad sin profundizar más.

El profesorado, en la pública, también desdobla su jornada (como hace el último interino en llegar a los centros) y asume más horas. Así, por ejemplo, en la SECUNDARIA se asumen las veintiuna horas semanales, en vez de las dieciocho (perdón compañeros: si los sanitarios se quedaron sin permisos, ahora nos toca a nosotros; además, ya lo hicimos hace unos años con la crisis anterior). Se suspenden las reducciones horarias por cuestión de edad (lo que afecta a los mayores de 55 años, las que afectan a coordinadores de proyectos que se deberán aplazar y se disminuyen las horas de reducción de los Jefes de departamento). Son muchas horas, hagan las cuentas. Son muchas y nos ahorramos un dinero que no hay para contratar a más profesorado. 

Se suspenden todas las actividades complementarias, viajes, proyectos de intercambio o de estudio y salidas que afecten a la seguridad. TODAS. 

Se suspenden las tareas formativas del profesorado y los centros de formación de este personal pasan a ser ocupados por grupos de alumnos (mañana y tarde) ya que se dispone de aulas en estos centros. Los profesores destinados a estos centros son reasignados y vuelven al aula (como se hizo con los sanitarios). 

En la enseñanza concertada y en la privada las medidas deben ser similares hasta el punto en que puedan ser asumidas por estas entidades. El desdoble es también una opción, aunque quedaría por concertar también un horario -más apretado- para su profesorado, lo que es un problema ya que no suelen tener el mismo régimen que en la enseñanza pública. Y actuaciones semejantes podrían establecerse para la Universidad, si bien su mayor interés por la formación elimina el problema de la custodia. Además, en la Universidad hay numerosos talentos para poder rechazar mis propuestas y sustituirlas por otras más apropiadas, por lo que les cedo el paso.

Señores políticos y gestores educativos, VAN TARDE, pero AÚN QUEDA TIEMPO. Aceleren y pónganse a proponer. Les dolerá la cabeza con funcionarios (docentes y no docentes) y sindicatos, pero apelen a la solidaridad y a la necesidad. Será hasta que haya tratamiento o vacuna. Perdón por la contundencia y por lo apresurado de la exposición, pero es que tenemos prisa todos. Y no se olviden de las mascarillas, por favor.

miércoles, 10 de junio de 2020

015.- Epidemiología

Este final del pasado febrero de 2020 nos cogió disfrutando del puente de Andalucía en la provincia de Cáceres, en la localidad de Zarza La Mayor. Alquilamos un apartamento en el Complejo Peñafiel y nos dispusimos a conocer y recorrer la comarca, fronteriza con Portugal. Habíamos llegado el jueves día 27, por la tarde. Ese primer día, tras instalarnos en el alojamiento, cruzamos la frontera y conocimos el pequeño pueblo vecino portugués, Salvaterra Do Extremo, donde asistí a una lejana escena de mi infancia: la de un anciano que llevaba un brasero de picón por las solitarias calles. Le preguntamos por el mirador del pueblo y nos lo indicó muy amablemente. Anochecía y fue un hermoso final de jornada, rematada por una sencilla cena en nuestro hotel.



El viernes lo dedicamos íntegramente a Portugal, visitando Castelo Branco y Monsanto. 



A la vuelta, casi de noche, nos paseamos por Zarza, llegando a la Plaza Mayor, donde esta la iglesia de San Andrés. Frente a ella entramos en un pequeño bar para tomar un aperitivo. No tenía público y solo estaba el encargado tras la barra. Escogimos una mesa y nos sentamos a disfrutar de unas cervezas y unas aceitunas. La televisión daba noticias de la epidemia china, los casos en Italia y también de los de España, donde se habían detectado cincuenta y ocho casos ya. Unos días atrás ya se habían desatado los comentarios, aunque el discurso oficial negaba la gravedad de la epidemia. Yo no las tenía nada conmigo y recuerdo que la mañana del día anterior, durante el viaje y desde el coche, había mantenido una corta conversación telefónica con mi cuñada -psicóloga clínica en el Virgen del Rocío de Sevilla- para preguntarle por noticias sobre la enfermedad y calmar algo mi inquietud.

Esta inquietud se había presentado en los últimos días porque se me había fijado en mi mente un dato que yo sí consideraba alarmante. Dicho dato, muy repetido en las noticias, era el siguiente: la mortalidad de la enfermedad estaba en torno al uno por ciento. Este dato, nada tranquilizador por la contagiosidad que se decía que tenía el virus, me obsesionaba, me preocupaba y no me calmaba nada que tras la proclamación del porcentaje se emitiera continuamente la frasecita de "la gripe es mucho peor".

Dada la contagiosidad del virus -y ante los numerosísimos casos de China-, yo hacía la simple cuenta que a nadie parecía preocupar. Creo que esto del uno por ciento tiene un gran valor tranquilizador, siempre que no empecemos a hacer numeritos. Somos cuarenta y siete millones de españoles. El uno por ciento de estos cuarenta y siete millones son cuatrocientos setenta mil personas. ¿Cómo? ¿Cuatrocientos setenta mil? ¿Cuatrocientos setenta mil muertos en España? Inquietante. Se lo dije a mi mujer. Su respuesta fue en el sentido de "Hombre, esto es así si nos infectamos todos los españoles, pero esto no va a suceder". De todas formas, se sorprendió del alto número, pues como casi todo el mundo, no había caído en hacer los cálculos, pues, ya digo, el repetido mensaje del uno por ciento es superficialmente muy tranquilizador, y engaña a la mayoría.

Pues bien, allí sentados en el bar y mientras seguíamos las noticias, entró un cliente que por su desenvolvimiento con el encargado era un parroquiano habitual. Se quedó en la barra y, tras pedir también una cerveza, pasó a prestar atención al noticiario. Había 58 casos de contagio en España. Muy jovialmente comentó en voz alta la progresión de la enfermedad para repetir el mantra oficial con el que nos machacaban todos los medios: "la gripe es mucho peor". En aquel momento se me vino a la cabeza que el individuo era el maestro del pueblo. Fue una intuición sin ninguna base y, aparte de que nunca pude comprobarla, lo más seguro es que fuera equivocada. Pero yo soy así. Trabajo con muchas apariencias y me cuadraba que el tipo fuera maestro por como se comportaba. Aprovechando la ocasión y, prácticamente, su invitación a la conversación, pues esa era la situación, le respondí empleando la argumentación ya mencionada antes. 

-Sin ánimo de discutir, por supuesto, pero yo creo que es mucho peor que la gripe. 

Me miró algo sorprendido y continué.

-Mire, el porcentaje de mortalidad de esta enfermedad es del uno por ciento, según nos dicen. ¿Usted ha hecho el cálculo de cuántos pueden morir en España si nos infectamos todos?

Evidentemente, no lo había hecho. Seguí.

-Si somos cuarenta y siete millones, caeremos cuatrocientos setenta mil.

Se puso muy serio. Seguía callado. 

-Vamos a poner que no enfermamos todos, aunque dicen que es un virus muy contagioso. Vamos a poner que solo enferma el diez por ciento de la población. ¿Qué nos da eso? Nos da cuarenta y siete mil muertos en España.

El candidato a maestro se quedó de piedra. Su mente estaría comprobando los números y, seguramente, yo le estaba fastidiando la cerveza. El camarero también callaba.

-Puedo equivocarme, claro. Pero es lo que de verdad dicen las noticias. No es peor la gripe, ni mucho menos.

El tema no dio para más. Terminamos nuestras cervezas y nos despedimos. Me fui con cierta sensación de liberación dentro de la preocupación que las cifras me daban, ya que no había hablado casi con nadie del asunto, con la excepción de mi señora esposa. También me dio la impresión de que la próxima vez que el maestro o el camarero sacaran el tema no lo harían repitiendo el mantra oficial. 

Al día siguiente, sábado, conocimos San Martín de Trevejo, Trevejo, Hoyos y Robledillo de Gata. 



Por la noche, en el apartamento, asistimos al habitual desastroso debate de la Sexta -donde no se discute de forma edificante, sino que se lanzan pullas a diestro y siniestro- y volví a escuchar los mismos argumentos ignorantes y despectivos con respecto al peligro real del virus. Ya había 79 casos en España. 



El domingo cumplí sesenta y un años. Visitamos Alcántara y, por la tarde, Coria. A la vuelta, en el apartamento nos esperaba un detalle de la directora del hotel: una felicitación de cumpleaños acompañada de una botella de tinto y dos piezas de un rico dulce. Esa noche la cifra de casos en las noticias era ya de una centena.








El lunes, día 2, durante el viaje de vuelta escuchamos en las noticias que había cuatro casos en la provincia de Cáceres, uno de ellos en Coria, donde habíamos estado la tarde anterior.

Han pasado más de tres meses. Las cifras oficiales dicen que llevamos más de veintisiete mil fallecidos. Otras fuentes dicen que llevamos más de cuarenta mil. Según parece se ha infectado el cinco por ciento de la población. No creo que vuelva a ver al maestro en mi vida, pero al igual que yo lo recuerdo, estoy seguro de que no me ha olvidado. Ojalá podamos seguir tomando muchas cervezas. Y ojalá pueda volver pronto a la comarca para disfrutar de su paisaje y su buena gente.