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domingo, 23 de agosto de 2020

018.- Trampa mortal en septiembre de 2020

El bicho sigue vivo. La vuelta al colegio en septiembre está siendo denunciada y temida por amplios sectores de la población. Los políticos siguen empeñados en la educación presencial y, muy tímida e insuficientemente, empiezan a propugnar un régimen semipresencial para el alumnado a partir de Tercero de Secundaria. Yo creo que han olvidado lo que son un colegio y un instituto y lo apretados que resultan estos. Probablemente, en su corta imaginación, son espacios amplios.

No se han realizado estudios sobre los espacios alternativos disponibles ajenos a los colegios e institutos. No se han hecho encuestas entre los padres para sondear la capacidad de recogida que puedan tener con respecto a sus hijos por si fuera posible una educación telemática a cierta parte de la población (posiblemente a una buena parte). Esta educación telemática es insuficiente (bueno, según como se imparta), pero temporalmente podría ser adoptada como solución provisional, durante unos cuantos meses más hasta que llegue la dichosa vacuna o un tratamiento fiable, y reduciría enormemente el número de alumnos por aula. Se habla mucho de la igualdad de oportunidades, y se minimiza el hecho de la extensión prácticamente universal de la posesión de teléfonos móviles. Con no ser la solución perfecta, lo es parcialmente, pero se rechaza sin más y sin adoptarla junto a otras más. Serían medidas temporales, no para siempre. Hay que combinar recursos. Es como se hace con el tratamiento farmacológíco del bicho hasta el momento: no hay uno solo, sino que los médicos combinan varios en distintos momentos. 

No se ha desdoblado la labor del profesorado en dos turnos (horas por la mañana y horas por la tarde) para atender a grupos más pequeños. No se ha aumentado el tiempo semanal de las clases a impartir por el profesorado (en la función pública puede hacerse, como se hizo durante unos años en la anterior crisis económica); no entiendo como no se ha contemplado esta medida, que aliviaría mucho la necesidad de nuevas contrataciones de profesores (por cierto, cifras ridículas de contratación las que nos anuncian si las comparamos con el número de centros y de profesores que hay en ellos). Tampoco entiendo que no se haya trabajado, también en la enseñanza pública, en la supresión temporal de muchas horas dedicadas a proyectos que debieran tener en esta crisis una importancia secundaria; muchos de estos proyectos conllevan reducciones de horas de clase que nos hacen faltan ahora.

Se ha hablado mucho de la utilización de espacios como los gimnasios o las bibliotecas escolares. No dejan de ser solo dos aulas más. Los gimnasios, aparte de estar ocupados casi todo el tiempo por los profesores de Educación Física, no son lugares adecuados en estos momentos ni para la Educación Física. Tienen una sola puerta de entrada y su ventilación consiste en muy altas ventanas. El virus no va hacia arriba. No nos ceguemos con la altura de estos espacios. Además, el alumno se tiende en la superficie del mismo. ¿Que los profesores van a controlar el espacio de trabajo de cada alumno? ¿Que se van a limpiar o desinfectar estos espacios entre clase y clase, como se hace en las mesas de los bares entre ocupación de un cliente y otro? ¿Que las mochilas se van a quedar en el aula? ¿Que se van a dejar en los vestuarios? Los vestuarios, que no siempre han sido utilizados por la totalidad de los componentes de un grupo de clase -entre otras cosas porque son lugares muy pequeños (con ventilación también en las alturas)-, pueden llegar a convertirse también en una trampa. ¿Que el alumnado va guardar las distancias en el vestuario? Pues entrarán de tres en tres, como mucho, digo yo. ¿También se van a desinfectar o a limpiar entre clase y clase? Pues no sé qué ejército de personal de limpieza haría falta para tanta labor inmediata.

Los pasillos de bastantes colegios e institutos son estrechos. Y no se han construido, ni siquiera los anchos, para albergar en horas de espera a que llegue el profesor con tanta capacidad como para guardar las distancias entre los alumnos de todas las aulas que hay en una misma planta. ¿Se ha pensado en esto? ¿Y cómo se va a entrar y salir del aula? ¿Todos a la misma hora? Entiendo que no. ¿Escalonadamente? Pues vamos a estar todo el día en el camino y habrá que acortar la duración de las clases. Se está confiando demasiado no ya en la disciplina del alumnado sino en la capacidad estratégica del profesorado, que no ha visto un desfile militar ordenado ni en películas, entre otras cosas porque pocos quedan que hicieran el servicio militar y asumieran el respeto de la distancia entre filas y columnas. Como mucho, habrán hecho aeróbic, y no sé si, así y todo, este es un modelo apropiado para estas circunstancias. Además, si los políticos no han conseguido concienciar a la juventud acerca del ocio nocturno y el botellón, cosa que no sorprende a los que imparten clases -los que más saben de qué va la juventud, con perdón de sociólogos y teóricos que no la tratan-, ¿van a ser capaces los profesores de ordenar y cuidar el natural e inquieto bullicio juvenil? Yo a esto lo llamo ingenuidad. 

Ahora se está pidiendo la ayuda de los influencers para que conciencien a la juventud sobre los peligros de determinadas temerarias conductas. Bueno, no sé si algunos de estos influencers harán también botellón, así que espero que no salga el tiro por la culata.  Como iniciativa bienintencionada, estoy de acuerdo en combatir o no dar voz a los negacionistas del virus. Entiendo que se está jugando, cuando no delinquiendo, en contra de la salud pública. Pero, veo que existe otro tipo de negacionismo, procedente de las propias instituciones del Estado: el que, en la práctica, casi dice que el virus no se manifestará en los colegios y minimiza el peligro de la educación presencial. Yo no tengo reparo en denominar en estos momentos a la educación presencial como trampa mortal, porque eso terminará siendo para alguien de la comunidad educativa (profesor, alumno o personal no docente) o algún familiar.

Se habla mucho de la importancia de la socialización como primer gran objetivo de la educación, y se esgrime esta circunstancia como argumento para que la vuelta al colegio sea presencial. De esta forma, se confunde la socialización con el contacto cara a cara (asemejándola así a la reunión borreguil o a la movida de la botellona), obviando que la socialización tiene un alcance mucho mayor y un horizonte más amplio desde hace más de veinte años, desde que existen los ordenadores, las tablets y los teléfonos personales. Se confunde la socialización en el colegio con la labor de guardería del profesorado. Y hay, también, tentaciones para culpabilizar, por ejemplo, al profesorado que se queja por su seguridad; así se ha apelado a la responsabilidad del profesorado, como si este no la hubiera más que demostrado con su agotador trabajo telemático durante el confinamiento. Una responsabilidad de la que no hacen gala los políticos ni las autoridades educativas, que en vez de plantear complejas soluciones -que les hubieran supuesto pensar, acordar, pactar, reunirse, pedir consejo a expertos o a estrategas profesionales para, tras ello, desdoblar, diversificar, alternar, empequeñecer los grupos, habilitar espacios comunitarios, cambiar horarios, coordinar y conjuntar diferentes propuestas- optan por la barbarie de la solución final (desagradable expresión de terrible recuerdo, por cierto): todos al cole y Dios dirá. 

¿Es asumible que, por ejemplo, un cierto número de profesores caiga? ¿Ah, sí? ¿Cuántos? ¿Cientos? ¿Docenas? ¡Hombre, no! ¡Con suerte dos o tres nada más! ¿Uno solo? Bueno, si es uno solo, puede ser asumible ¿verdad? Con un cadáver no se habrá alcanzado la muerte del profesorado y, tan solo, se produciría la muerte del profesor (a ser posible, mayor de sesenta años, hipertenso, diabético, crónico de dolencias o, mejor aún, quemado y decepcionado). Eso sí, en unos meses organizarán un funeral de Estado ante la tumba del profesor desconocido. La tumba de ese profesor al que pidieron responsabilidad.

¿Políticos? Un cero a todos. Nada de aprobado general. Ni en el gobierno ni en la oposición. No ha habido ninguno, en todo el espectro, que haya aportado sensatez. Solo hay borreguismo y mediocridad. Es ya tiempo de auténtico cambio para preparar políticos conciliadores que en una o dos generaciones abominen del corto plazo y de la falta de empatía hacia el rival, dos de los males de este tiempo que estamos pagando, ahora, con vidas.