Relato de un servicio militar poco lúcido y poco lucido. Solo es apto para personal poco bélico y manifiestamente cobarde.
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miércoles, 6 de noviembre de 2024
sábado, 19 de octubre de 2024
UN CIERTO AIRE A LOVECRAFT (Descarga y lectura gratuitas)
Se trata de un relato de ciencia ficción, de 170 páginas, en el que se mezclan misterio, intriga y fenómenos paranormales. Una visita a la HISPACOM de 2004, celebrada en Cádiz, es el inicio de una trama que llevará al protagonista a cuestionarse el fondo de la identidad humana y los demonios interiores que parecen gobernarla o sostenerla. Muy recomendable para los aspirantes a la etiqueta de friqui despistado y a los interesados en los relatos y en la figura del genio H.P. Lovecraft. A ratos resulta divertida y, en otros momentos, inquietante. Así que... A disfrutar con esta asequible y fresca historia.
Puede descargarse gratuitamente al acceder al siguiente enlace y pulsar en el archivo del relato:
RELATOS de Pablo Ángel Gil Morales: UN CIERTO AIRE A LOVECRAFT
lunes, 10 de abril de 2023
El libro REQUIEM POR IRINA
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Editorial CÏRCULO ROJO 170 páginas Precio: 15 € |
Cualquier guerra es un horror, creo que todos lo sabemos. Y si alguien no comparte esta idea será que no imagina lo que sucede cuando se mezclan dos cosas tan diferentes y contrapuestas: la guerra y un niño -en este caso, una niña-. Javier nos lo cuenta partiendo de un caso real, para presentarnos una historia -varias historias- que, a pesar de sus inicios casi de cuento de fantasía o de ciencia ficción, nos proporciona un gran baño de realidad; de una realidad que nos cuesta reconocer tan cercana y presente. Sus descripciones son ajustadas, realistas y directas. Las diferentes historias de los personajes, anécdotas surgidas de la más cotidiana realidad, se transforman, por la aparición de la guerra de un día para otro, en la más monstruosa realidad que salpica y devora a todos los personajes del relato.
lunes, 26 de diciembre de 2022
Entrevista al autor de TIZAS ROTAS
Una entrevista de Rut H. White
En esta ocasión me ha resultado muy fácil contactar con Pablo Ángel, pues ya lo pude entrevistar cuando publicó su anterior relato, TIEMPO DE MASCONATOS. A pesar de su fama de huidizo no he tenido que recurrir a ningún intermediario y, simplemente, lo he telefoneado para concertar la cita en su propio domicilio. Esta se produce un par de tardes después. Nos instalamos en el salón de la casa y me sirve café. Él lo toma descafeinado. Procedo con las preguntas.
P.- TIZAS ROTAS se trata de un libro muy diferente al anterior, por lo que veo.
R.- Sobre todo por el tono. Este libro es poco complaciente si lo comparas con TIEMPO DE MASCONATOS.
P.- El subtítulo de la obra, “Treinta y tres años en Secundaria”, parece anunciar su experiencia docente, ¿no es cierto?
R.- Así es. La cifra de
treinta y tres años redondea a la de los treinta y dos y medio que me llevé en
la profesión. Treinta y tres años es una cifra que resulta más idónea, es mucho
más llamativa y resulta menos prolija que treinta y dos y medio, que es la que corresponde a mi caso.
P.- Porque el libro es
autobiográfico, ¿no?
R.- No. Mi biografía no es interesante para nadie, salvo para mi familia. Lo
que ocurre es que solo puedo hablar de las cosas que conozco y es inevitable
recurrir a mi vida docente para montar un relato sobre un profesor de instituto. Modifico algunas circunstancias sobre la geografía, los centros de trabajo y las personas. Solo trato en el relato temas profesionales. La vida privada del protagonista permanece al margen y
no escribo apenas sobre ella, tan solo lo que resulta pertinente
para la historia que cuento.
P.- Pero coincide que
el protagonista del relato, Carlos, también resulta permanecer treinta y dos
años y medio en la profesión.
R.- Sí. Se jubila en
cuanto puede, al cumplir sesenta años, como yo y como la mayoría de los
funcionarios públicos docentes que conocí. Este no es tanto un detalle personal o
biográfico insólito, sino que resulta muy común y viene a reflejar bastante el hastío y la desilusión de
gran parte del profesorado.
P.- ¿Tan desilusionado
está el profesorado?
R.- Entiendo que lo
está. De esto solo saben los que conviven con algún profesor de instituto.
P.- Sin embargo, hay
quien está muy cómodo con sus horas de trabajo, con su vocación…
R.- Gente cómoda sí
que hay. Generalmente los que no hacen nada, los que pasan lista y no se
preparan las clases, los que no cambian de método nunca, los que no leen sobre
su materia o sobre pedagogía… Como en cualquier profesión, en la enseñanza hay
tunantes, pícaros, flojos y aprovechados. Es curioso, pero muchos de estos
dicen que sienten una gran vocación por la enseñanza. Yo creo que lo que
sienten es una gran comodidad por no ser cuestionados nunca por los jefes.
P.- ¿No son
controlados?
R.- Se controla la
asistencia y se controla, sobre todo, que no resulten ser profesores que
suspenden demasiado.
P.- Eso que dice
resulta un poco fuerte.
R.- Y antipático, pero
es verdad. Vivimos unos tiempos en los que lo que importa es no molestar. No
importa que no se enseñe. Lo importante es no molestar y, por tanto, en este
campo lo importante es no suspender. Un profesor que no suspenda, no tendrá
nunca problemas con la Administración, ni con los alumnos, ni con los padres de
estos.
P.- Esto resulta algo
caricaturesco.
R.- Pásese por un
instituto. Hable con los profesores. Conozca sus miedos. Observe lo que hacen en sus clases. Lea
las programaciones de las materias. Asista a las reuniones del claustro, a las de los
equipos educativos o a las de los departamentos. Introdúzcase en este mundo. Es
lo que hago en mi relato.
"En general, los alumnos saben quién les ha enseñado algo y, desde luego, saben con quién no han aprendido nada"
P.- Habrá de todo, claro.
R.- De todo. Lo malo
es que no abunda lo valioso, sino lo mediocre y lo increíblemente mediocre. ¿No
tiene Ud. hijos que hablen de sus profesores?
P.- Sí. Alguna vez
hablan bien de unos y mal de otros.
R.- Pues eso. En
general, los alumnos saben quién les ha enseñado algo y, desde luego, saben con quién
no han aprendido nada.
P.- Con este libro no
va a hacer muchas amistades con parte del profesorado.
R.- Ni lo pretendo. Lo
que quiero es dejar constancia de una realidad de la que la sociedad no está suficientemente informada.
Tenemos una enseñanza muy mediocre y nada rigurosa, tanto porque hay profesores
mediocres como porque el sistema educativo es endeble y de risa.
P.- Pero, sin embargo,
se tiende a pensar que la enseñanza es hoy mejor que antes.
R.- Si dice que es
mejor porque no te castigan o no te azotan estoy de acuerdo. Eso no lo discuto y por ahí no me va a encontrar. Es un argumento bobo, como de ley del péndulo o de ver las cosas solo en blanco y negro. No es eso lo que quiero señalar. Lo que digo es que la educación de hoy no es mejor que la que yo recibí, en lo que se refiere a los conocimientos y el trabajo que se le exigen al alumno, que cada vez son menos. Ahí radica gran parte del problema actual. Todo está embarullado y diseñado para hacer creer a los ciudadanos que el sistema educativo es de gran calidad. Yo no estoy de acuerdo y, por el contrario, pienso que cada vez es peor y muy endeble en este sentido.
P.- Dicen que antes
era todo más teórico y hoy es más práctico. Eso es un buen avance, ¿no?
R.- Es que no es verdad. Es lo que se dice, pero no es verdad. Pregúntele a alguien que tenga menos de cuarenta años cuánto es un metro, que lo señale sobre el terreno. Con la reciente pandemia mucha gente de las nuevas generaciones no apreciaba ni calculaba bien cuánto era metro y medio o dos metros de separación entre las personas. La inmensa mayoría de los alumnos no sabe calcular cuánto son diez metros en la pista deportiva. La mayoría piensa que el mundo atómico y subatómico es de planetitas y órbitas. No saben interpretar la composición de los alimentos ni su valor energético. “Esto tiene hidratos de carbono, pero no lleva azúcares”, he escuchado muchas veces. También habría que decir mucho acerca de que la educación del pasado solo era teórica y memorística. Con ese postulado, por un lado, parece ridiculizarse o rebajar la importancia de lo teórico y la importancia de la utilización de la memoria; por otro, se obvia que la educación siempre ha contenido un aspecto práctico ineludible. Esto de describir la educación antigua como únicamente basada en la lección magistral es una forma de tildarla malévolamente. Yo siempre estaba haciendo cosas: lecturas, cuadernos, resúmenes, tareas, problemas, supuestos, laboratorio, microscopio, excursiones, juegos, dibujos, trabajos manuales... Y no únicamente escuchando una lección magistral del profesor, que, por cierto, también tiene su cabida, su lugar, su propio sentido y valor. ¿Acaso los educados en mi generación hemos salido poco competentes o tontos de salón? Yo creo todo lo contrario; que sí que salimos bastante más competentes para andar por muchos más terrenos que los jóvenes de ahora. ¡Pues anda que no hemos tenido que adaptarnos a cambios y a novedades! Y lo hemos hecho, entiendo, gracias a nuestra formación, preparación y disposición, que a su vez, algo tendrán que ver con la educación recibida.
P.- Pero el
protagonista de su relato sí creyó en la necesidad de las reformas educativas
en su momento.
R.- Sí. No estaba
contra las reformas porque siempre hay que mejorar el sistema. Lo que ocurre es
que el sistema no solo no ha mejorado, sino que ha empeorado.
P.- ¿Por qué muchos
profesores están tan en contra de la pedagogía?
R.- Esto es complicado. Por un lado, si se es benévolo con el profesorado, hay que admitir que las últimas leyes educativas y sus desarrollos contienen una jerga de términos y neotérminos que no conducen nada más que a confusión. En muchos apartados se mezclan o incluyen conceptos que pertenecen a diferentes categorías. Los profesores, y antes que nada los de filosofía, se escandalizan con estos planteamientos tan desordenados. Por otro lado, mucho profesorado también está en contra de la pedagogía por ignorancia.
P.- ¿Por ignorancia?
R.- Sí, por ignorancia. Es
como estar en contra de la psicología. Hay que estar en contra del mal
psicólogo o del pedagogo desnortado, pero no de sus ámbitos científicos. Lo que
ocurre es que mucho profesor no solo no se ha formado mínimamente en pedadogía
o en didáctica, sino que ha confundido estos campos con las neopedagogías
imberbes y escasamente fructíferas que nos invaden desde hace años y que
alucinan a nuestros políticos. El resultado es que, a muchos, todo lo que suene a
pedagogía les parece inútil. Es un gran error.
P.- Volviendo al
libro, sus capítulos son muy diversos. Cuenta la evolución profesional del
protagonista, sus comienzos entusiastas…
R.- Sí. Entusiastas y
discretos. Carlos es alguien, como yo, que no se educó ni estudió para ser
profesor. Es casi un intruso en la enseñanza y tiene que partir de cero. Creo
que esta condición, la de venir de fuera, la de allegado, le proporciona una
visión o una perspectiva privilegiada. Si bien ha de aprender a marchas
forzadas, también puede mantener una cierta mirada objetiva, desde fuera. Es un poco eso que los
antropólogos como Marvin Harris llamaban mirada o punto de vista etic.
"Esto de la vocación es un poco místico y, por tanto, un poco mítico o de cuento de hadas"
P.- Hay un capítulo
muy tajante sobre lo que el profesor protagonista aprendió de sus alumnos.
R.- Sí. No aprendió nada. Mantener lo contrario es una cursilería, palabras bonitas de película romántica sobre la educación. Carlos así lo manifiesta porque considera que perder el tiempo en debates nimios entorpece la labor del profesorado. Hay mucho romanticismo trasnochado docente, como cuando los profesores hablan de su vocación.
P.- Este tema es
interesante. El protagonista no tenía vocación docente.
R.- No. Lo que tenía
era hambre. Decidió cambiar de profesión porque estaba en paro como médico y
vio una oportunidad en el mundo docente para subsistir y mantenerse. Sus estudios lo hicieron competente y con capacidad de adaptación a lo nuevo.
P.- Pero, sin vocación, ¿no es más difícil?
R.- Esto de la vocación es un poco místico y, por tanto, un poco mítico o de cuento de hadas. Lo que hace Carlos es tomarse su trabajo
en serio. Conocedor de sus limitaciones profesionales, intenta aprender cuanto
puede para resultar mínimamente un profesor digno. Esto lo conduce a distinguir
muy pronto lo valioso y a despreciar lo superficial o, lo que es peor, lo
fraudulento.
P.- ¿Hay muchos
profesores como Carlos?
R.- Es una pregunta
casi personal porque, lógicamente, el protagonista está basado en mí. Carlos no
es el mejor profesor del mundo. Es, simplemente, un profesor que intenta ser
serio con su trabajo. Hay muchos. Los hay. Pero, siento decirlo, no son la
mayoría en la enseñanza. Como en cualquier otra esfera humana, en cualquier
otra profesión, lo que abunda no es la excelencia, por utilizar un término algo
desprestigiado en la enseñanza. Carlos no es excelente. Es trabajador y es cumplidor. Y, sobre todo, lo que no es Carlos es creyente en la religión del no
esfuerzo en el aprendizaje y de la aceptación de la mediocridad.
P.- Que Carlos sea un
profesor de Educación Física, ¿lo incapacita para ofrecer una visión ajustada o
más completa de la enseñanza?
R.- Casi le ha faltado
decir “un mero profesor de Educación Física”. No pasa nada. Estoy acostumbrado
a que esta asignatura sea tildada de maría,
porque, en realidad y por su consideración administrativa, lo es. Carlos
empieza como profesor de esta asignatura para convertirse enseguida en profesor
de materias menos marías en el seno de la Formación Profesional. También ha
sido tutor de Secundaria, secretario del instituto, ha impartido clase de
Fisiología en los bachilleratos experimentales, talleres de Sexología, Educación
para la Ciudadanía, cursos en el centro del profesorado, ha estado en la innovación educativa, llega a ser catedrático, escribe libros de texto, recibe un premio nacional de enseñanza… Creo que ha tenido la suficiente experiencia como para
saber resumir e interpretar acertadamente la vida y el funcionamiento en un instituto; en un
instituto de barrio, que es aún más complejo, por decirlo así.
P.- ¿Carlos se haría
profesor hoy en día?
R.- Con lo que Carlos
sabe ahora, no. Pero esa situación es imposible. Cuando se empieza en una
profesión no se sabe lo que te espera. Así que, puede que sí, que Carlos
eligiera ser profesor hoy. El asunto de la vocación llegaría después de dar el
paso, como me ocurrió a mí.
P.- ¿Cree que el libro
se puede recomendar a alguien que empieza en la profesión?
R.- Bueno, creo que su
lectura le ayudará a conformar su visión sobre el mundo educativo. Puede
encontrar en él rincones curiosos o ideas para desarrollar en su día a día y,
sobre todo, puede encontrar advertencias sobre lo que no conviene ni explorar.
P.- ¿Qué ha sido lo
más positivo en su paso por la enseñanza?
R.- Encontrar buenos
compañeros con los que trabajé y congenié. Los tuve y algunos se
convirtieron en amigos verdaderos. Curiosamente, la labor del profesor es muy
solitaria, siempre estás solo ante el alumnado. Así que, si se tiene la
oportunidad de compartir aula con otros profesores, se puede crecer mucho
profesionalmente. He dicho se puede.
No siempre es así. Hay veces que es mejor volver a tu soledad.
P.- ¿Y lo peor?
R.- Que el sistema educativo no me dejó enseñar todo lo que yo consideraba interesante y valioso.
"Ahora en los centros educativos se aprende a no aprender"
P.- ¿No ve nada positivo en la situación actual?
R.- La universalidad de la enseñanza. Pero ha venido acompañada de una gran rebaja en el rigor. No comparto esto. Para lo que se le ofrece al ciudadano actualmente en los centros educativos no hace falta un licenciado en la mesa del profesor. Puede resumirse así: los profesores actuales son ahora monitores de tiempo libre. Les basta con pasar lista y tomar nota de la presencia del alumno en el aula. Los exámenes parecen tener los días contados y son, cada vez más, puramente anecdóticos e intrascendentes, sin peso específico definitivo en la evaluación final. Si esto no se modifica, el supuesto ciudadano competente que se propugna, no será más valioso que un maniquí.
P.- Entonces, ¿los alumnos no aprenden mucho ahora?
R.- Aprenden algo que me parece un error. Voy a ser muy contundente al señalarlo y tómeselo como un titular. Despues vendrá la letra chica. Aprenden que no tienen que esforzarse demasiado ni que examinarse para seguir adelante en el proceso educativo. Si me permite un juego de palabras con la nueva terminología pedagógica, puedo concluir lo siguiente: Ahora, en los centros educativos se aprende a no aprender. Miedo me da.
P.- A mí también. Me quedo algo preocupada. ¿No estará exagerando demasiado?
R.- He dibujado una caricatura a grandes rasgos. Hay que comparar este diseño caricaturesco con el día a día y comprobar hasta qué punto existen los defectos que he señalado y hasta qué punto han calado en la comunidad educativa.
La entrevista ha finalizado. Le doy las gracias a Pablo Ángel Gil Morales y retengo en mi mente esta última imagen, la de que todo no es más que una gran caricatura, demasiado crítica con un sistema educativo del que tantos políticos y expertos hablan muy bien. Sin embargo, compruebo que son ya muchos los profesores de a pie que no suelen coincidir con estos políticos y expertos. Como mínimo, es para pensarlo.
Rut H. White es corresponsal de Aprendí en el kiosco
lunes, 19 de diciembre de 2022
Un libro sobre un profesor de instituto en estos tiempos
Por Rut H. White
El autor, profesor de instituto, basa su relato en las vivencias que el protagonista del mismo nos cuenta de primera mano. Desde el inicio de la historia apreciamos la autenticidad y sinceridad con la que describe lo que le llevó al mundo educativo y lo mucho que tuvo que esforzarse para entenderlo y adaptarse a él. El protagonista, Carlos, no es más que el recurso que el autor utiliza para camuflarse en él y presentarnos su pensamiento y su experiencia personal. El resto de personajes que aparecen en el relato, se basa en personas que el autor llegó a conocer en diferentes situaciones -fundamentalmente mucho profesorado-. Nos dice el autor que, aunque ha cambiado o trasladado las geografías y las identidades personales, los hechos presentados no son inventados o ficticios, sino que se inspiran en la realidad que conoció.
Ese es el valor de este libro, su aire de crónica fidedigna de la labor profesional que han llevado a cabo los docentes de los institutos durante unos años en los que han asistido, de forma inexorable, a la llegada y aplicación de una serie continuada de leyes educativas que han terminado, de momento, en la conformación de la presente y confusa realidad. A este respecto, el hecho de que el protagonista que nos cuenta esta historia proceda de un mundo ajeno al educativo -pues no se formó académicamente para ser profesor-, nos resulta un factor muy revelador e interesante, porque su mirada se encuentra inicialmente falta de juicio -y, también, de prejuicio- acerca del habitual espíritu o sentir del profesorado común. Carlos deberá superar este handicap para captar unas esencias que, al principio, se le escapan. Precisamente esta extrañeza inicial que siente es lo que le obliga a observar atentamente cuanto sucede a su alrededor para, así, ir montando un relato -personal y siempre subjetivo, desde luego- sobre lo que llega a conocer y experimentar.
Aquí radica, a mi parecer, el acierto de esta crónica: en el desencuentro, en la apreciación de lo chirriante o no dominado por desconocido o nuevo, en la desubicación profesional y/o vocacional, en la previa virginidad o ingenuidad docente y pedagógica del protagonista. Desde este inicial desconocimiento, Carlos viaja por la docencia para, en distintos momentos, tropezar, sortear, evadir, superar o dominar los obstáculos o hitos que se le va presentando en el camino, con algunos de los cuales llega también a estrellarse.
Otro acierto que veo en el libro es que, merced a los cambios en las leyes educativas, el protagonista ha podido llegar a conocer tanto la Secundaria como el Bachillerato o la Formación Profesional, que son los tres ámbitos que conforman las enseñanzas medias en nuestro país. Este privilegiado punto de vista le dota de suficientes referencias como para describir y opinar sobre ellos, así como para recoger el sentir de muchos otros profesionales docentes en sus diferentes desempeños.
Carlos siempre está en crisis o en el dilema, unas veces por su falta de preparación, otras por su dedicación desmedida, otras por su ingenuidad ante los cambios que se van roduciendo, otras por su disconformidad con otros compañeros, otras por su descreimiento ante la burocracia y el sistema educativo... Su aventura discurre siempre entre la duda y la confianza por lo llevado a cabo y, también, envuelta en el desconcierto que supone cada nueva norma, cada nuevo giro o vuelta de tuerca del sistema educativo que se está construyendo, casi siempre a espaldas de la opinión del profesorado. Tampoco encuentra entre el propio profesorado una clara fundamentación pedagógica por su resistencia ante los cambios y -según su opinión-, esta resistencia es débil, timorata y resulta siempre una renuncia.
El libro está dividido en tres partes: Los inicios, Destino definitivo y Tres años después. Las dos primeras constituyen la crónica docente, el puro relato de su paso por la enseñanza. La tercera parte, la más breve, recoge los pensamientos del protagonista después de su jubilación, cuando siguen coleando en su mente dudas y temores por lo vivido y por lo que intuye como más probable en el inmediato futuro de la profesión.
Puede decirse que el autor no deja apenas títere con cabeza en este sistema educativo, y si hay algo que destaca como positivo es la convicción con la que defiende y reivindica un sentimiento que no lo abandona nunca: la sensación de que sin algunos de sus compañeros todo hubiera sido aún peor. Es a estos compañeros a los que dedica este relato. Alguien tenía que agradecerles a los buenos profesores de instituto su labor, porque ya quedan pocos que lo hagan fuera de la profesión.
En breve, espero poder ofrecerles una entrevista con el autor.
Rut H. White es corresponsal de Aprendí en el kiosco
sábado, 17 de diciembre de 2022
miércoles, 14 de diciembre de 2022
Una conversación con Croquer-Harris
Por Pablo Ángel Gil Morales
He tenido un sueño sobre una pesadilla. En realidad, no era una pesadilla en sí, lo que ha ocurrido es que he soñado con un tema que es para mí como una pesadilla. He soñado sobre la educación. Es un tema que no tengo resuelto y que me aturde, porque me acompaña la sensación de que, aunque estoy jubilado, no cerré de forma satisfactoria mi etapa o mi vida como profesor. No enseñé todo lo que quise. No pude. Creo que no me dejaron. Creo que hice mi trabajo solo a medias, no por falta de ganas o interés, sino por imperativo administrativo; por un freno impuesto desde arriba que rebajó tanto mis aspiraciones educativas que estas no se cumplieron y pasaron a ser, así, apenas torpes bocetos mal trazados de un proyecto más valioso que no pude desarrollar.
En mi sueño hablaba con Croquer-Harris, el profesor de La versión Browning, la obra de teatro de Terence Rattingan. Este drama ha sido representado en muchas ocasiones e incluso llevado al cine. Aunque he leído la obra, solo la he visto en formato cinematográfico y conozco dos adaptaciones: la de Antony Asquith (1951) y la de Mike Figgis (1994). En la primera de ellas el personaje de Croquer-Harris tiene la cara de Michael Redgrave; en la segunda, la de Albert Finney. Prefiero, sin duda alguna, la primera película. A pesar de esta elección, las dos interpretaciones son excelentes. Las dos. Son dos actores formidables y, seguramente por ello, ha aparecido Croquer-Harris en mi sueño con dos caras, porque aunque iniciaba mi conversación con Redgrave, a veces este cambiaba su rostro al de de Finney.
Croquer-Harris
no se ha sentido mejor cuando ha leído mi libro Tizas rotas. Estamos en una salita con un escritorio que debe ser
el suyo, el de la película de 1951, porque incluso creo que el sueño, al comienzo, es en
blanco y negro.
—¿Por
qué has escrito este libro? Yo descansaba muy a gusto y no me ha agradado recordar el pasado.
—No
lo escribí para usted. Es cierto que lo tenía en mente, pero no estaba dirigido
a usted. De todas formas, hablo muy bien de su labor, de su modelo…
—Ahí
es dónde te has equivocado. Yo no soy un buen modelo de profesor.
—No
estoy de acuerdo.
—Déjame
seguir. Yo creo que me centré demasiado en la materia y me olvidé de mis
alumnos. No estuve a la altura en lo que respecta al lado humano de la
educación. Fui demasiado severo con ellos y me merecí el calificativo de "Himmler
del Quinto Inferior".
Ahora
su rostro ha cambiado. Es Albert Finney el que habla para matizar lo que acaba
de comentar el Croquer-Harris de Michael Redgrave.
—Bueno,
más bien Hitler que Himmler —dice Finney. Esto se deberá a que en la versión de
1994, se ha sustituido el sobrenombre de Himmler por el de Hitler.
Me
quedo pensando un poco y paso a contestarle.
—Precisamente
viene muy a cuento esto de cambiar a Hitler por Himmler. Tiene que hacerlo el guionista
de la película de 1994 porque, debido a la merma educativa y a la ignorancia,
el público, el alumnado nuevo, no sabe quién fue Himmler.
Croquer-Harris parece algo perplejo.
—Además
—le sigo diciendo—, cuando usted se despide es aclamado por sus alumnos por su
intervención.
Croquer-Harris duda antes de intervenir y tuerce un poco el gesto. Parece amargado, algo que siempre está presente en la película.
—Fue
porque les pedí perdón. Solo por eso.
—¿Eso
cree usted? Yo creo que no hubiera aplaudido a alguien que me hubiera despreciado o maleducado durante años por el simple hecho de que me pidiera perdón al final.
—La
juventud es generosa.
—La
juventud es generosa, es impulsiva y es fácil que se deje arrastrar por la emoción
en un momento dado, es verdad. Pero el guionista no creo que lo considerara
así. En el fondo pienso que lo aplaudían por su esfuerzo, por la labor de
tantos años…
—Eso
solo mi alumno Taplow, mi admirador. —Es otra vez Michael Redgrave el que
habla—. Además, debes recordar que esta escena no está en la obra original. Es
una aportación de la película.
—Es
cierto. Al leer la obra de teatro vi que no contenía su discurso de despedida.
De todas formas, tiendo a creer que el agradecimiento contempla también su
sacrificio y su seriedad.
—Lo
dices porque así lo quieres creer.
—Necesito
creerlo. Si no hubiera algo de verdad en ello, mi labor como profesor habría
sido completamente inútil.
Calla
y parece rememorar. Es un hombre atormentado. Propone otra escena.
—Me
burlé de los modernos métodos de la psicología educativa. El espíritu humano es
más importante que el Latín que tenía que enseñar.
—Pero
no son cosas incompatibles. Usted llegó a decir que se enseña más con risas que con
excesiva seriedad. Eso no elimina la enseñanza, ni la sustituye por la risa.
Yo también reflexiono sobre mis palabras. He
sido un profesor más bien simpático la mayor parte del tiempo. Ahí no creo
haber fallado. Croquer-Harris sí lo olvidó hace mucho tiempo.
Lo
admiro, pero no tanto por su seriedad como por su rigor. El problema del rigor en la
enseñanza es que, demasiadas veces, va acompañado de distanciamiento afectivo y
se termina por convertir o en aburrimiento para el alumnado o, mucho peor, en
ensañamiento del profesorado.
Croquer-Harris
tuvo una segunda oportunidad, algo tardía. Tras su despedida de la escuela
donde tantos años pasó, se trasladó de centro. Tengo que preguntarle qué tal le
fue. Eso no se trata ni en la obra de teatro ni en las películas.
—¿Cómo
le fue después? ¿Cómo terminó su carrera?
Se
sorprende. Redgrave parece que no lo sabe. Es Finney quien me contesta y, es
curioso, como tantas veces sucede en los sueños, se han desdoblado y ahora
están los dos presentes en la escena.
—Fue
fácil y agradable. Apenas tuve que trabajar o preparar las clases. Me relajé y
dejé que fueran los alumnos los que tomaran la iniciativa.
A
medida que Finney habla, Michael Redgrave parece sorprenderse, como si no
recordara nada o como si no estuviera de acuerdo. Tal vez él no fue capaz de
relajarse y esta iniciativa solo la tomó Finney.
—Bien
poco aprenderían, ¿no? —pregunta el Croquer-Harris de la película en blanco y
negro.
—Bien
mirado, casi nada —contesta Finney en colores—. Pero les llegué a caer bien.
—Te envidio —le contesta Redgrave—. No estoy de acuerdo, pero te envidio.
Me he despertado lamentando dos cosas: por un lado, por ser este sueño una pesadilla sobre el tema educativo; y, por otro, por lo corto que fue el propio sueño. Tengo que vivir con esta contradicción. La misma que tuve que soportar durante mi vida profesional; disfruté solo a ratos y me frustré mucho en una profesión que debía haber sido muy gozosa: el cuidado y moldeado de la juventud.