Por Pablo Ángel Gil Morales
He tenido un sueño sobre una pesadilla. En realidad, no era una pesadilla en sí, lo que ha ocurrido es que he soñado con un tema que es para mí como una pesadilla. He soñado sobre la educación. Es un tema que no tengo resuelto y que me aturde, porque me acompaña la sensación de que, aunque estoy jubilado, no cerré de forma satisfactoria mi etapa o mi vida como profesor. No enseñé todo lo que quise. No pude. Creo que no me dejaron. Creo que hice mi trabajo solo a medias, no por falta de ganas o interés, sino por imperativo administrativo; por un freno impuesto desde arriba que rebajó tanto mis aspiraciones educativas que estas no se cumplieron y pasaron a ser, así, apenas torpes bocetos mal trazados de un proyecto más valioso que no pude desarrollar.
En mi sueño hablaba con Croquer-Harris, el profesor de La versión Browning, la obra de teatro de Terence Rattingan. Este drama ha sido representado en muchas ocasiones e incluso llevado al cine. Aunque he leído la obra, solo la he visto en formato cinematográfico y conozco dos adaptaciones: la de Antony Asquith (1951) y la de Mike Figgis (1994). En la primera de ellas el personaje de Croquer-Harris tiene la cara de Michael Redgrave; en la segunda, la de Albert Finney. Prefiero, sin duda alguna, la primera película. A pesar de esta elección, las dos interpretaciones son excelentes. Las dos. Son dos actores formidables y, seguramente por ello, ha aparecido Croquer-Harris en mi sueño con dos caras, porque aunque iniciaba mi conversación con Redgrave, a veces este cambiaba su rostro al de de Finney.
Croquer-Harris
no se ha sentido mejor cuando ha leído mi libro Tizas rotas. Estamos en una salita con un escritorio que debe ser
el suyo, el de la película de 1951, porque incluso creo que el sueño, al comienzo, es en
blanco y negro.
—¿Por
qué has escrito este libro? Yo descansaba muy a gusto y no me ha agradado recordar el pasado.
—No
lo escribí para usted. Es cierto que lo tenía en mente, pero no estaba dirigido
a usted. De todas formas, hablo muy bien de su labor, de su modelo…
—Ahí
es dónde te has equivocado. Yo no soy un buen modelo de profesor.
—No
estoy de acuerdo.
—Déjame
seguir. Yo creo que me centré demasiado en la materia y me olvidé de mis
alumnos. No estuve a la altura en lo que respecta al lado humano de la
educación. Fui demasiado severo con ellos y me merecí el calificativo de "Himmler
del Quinto Inferior".
Ahora
su rostro ha cambiado. Es Albert Finney el que habla para matizar lo que acaba
de comentar el Croquer-Harris de Michael Redgrave.
—Bueno,
más bien Hitler que Himmler —dice Finney. Esto se deberá a que en la versión de
1994, se ha sustituido el sobrenombre de Himmler por el de Hitler.
Me
quedo pensando un poco y paso a contestarle.
—Precisamente
viene muy a cuento esto de cambiar a Hitler por Himmler. Tiene que hacerlo el guionista
de la película de 1994 porque, debido a la merma educativa y a la ignorancia,
el público, el alumnado nuevo, no sabe quién fue Himmler.
Croquer-Harris parece algo perplejo.
—Además
—le sigo diciendo—, cuando usted se despide es aclamado por sus alumnos por su
intervención.
Croquer-Harris duda antes de intervenir y tuerce un poco el gesto. Parece amargado, algo que siempre está presente en la película.
—Fue
porque les pedí perdón. Solo por eso.
—¿Eso
cree usted? Yo creo que no hubiera aplaudido a alguien que me hubiera despreciado o maleducado durante años por el simple hecho de que me pidiera perdón al final.
—La
juventud es generosa.
—La
juventud es generosa, es impulsiva y es fácil que se deje arrastrar por la emoción
en un momento dado, es verdad. Pero el guionista no creo que lo considerara
así. En el fondo pienso que lo aplaudían por su esfuerzo, por la labor de
tantos años…
—Eso
solo mi alumno Taplow, mi admirador. —Es otra vez Michael Redgrave el que
habla—. Además, debes recordar que esta escena no está en la obra original. Es
una aportación de la película.
—Es
cierto. Al leer la obra de teatro vi que no contenía su discurso de despedida.
De todas formas, tiendo a creer que el agradecimiento contempla también su
sacrificio y su seriedad.
—Lo
dices porque así lo quieres creer.
—Necesito
creerlo. Si no hubiera algo de verdad en ello, mi labor como profesor habría
sido completamente inútil.
Calla
y parece rememorar. Es un hombre atormentado. Propone otra escena.
—Me
burlé de los modernos métodos de la psicología educativa. El espíritu humano es
más importante que el Latín que tenía que enseñar.
—Pero
no son cosas incompatibles. Usted llegó a decir que se enseña más con risas que con
excesiva seriedad. Eso no elimina la enseñanza, ni la sustituye por la risa.
Yo también reflexiono sobre mis palabras. He
sido un profesor más bien simpático la mayor parte del tiempo. Ahí no creo
haber fallado. Croquer-Harris sí lo olvidó hace mucho tiempo.
Lo
admiro, pero no tanto por su seriedad como por su rigor. El problema del rigor en la
enseñanza es que, demasiadas veces, va acompañado de distanciamiento afectivo y
se termina por convertir o en aburrimiento para el alumnado o, mucho peor, en
ensañamiento del profesorado.
Croquer-Harris
tuvo una segunda oportunidad, algo tardía. Tras su despedida de la escuela
donde tantos años pasó, se trasladó de centro. Tengo que preguntarle qué tal le
fue. Eso no se trata ni en la obra de teatro ni en las películas.
—¿Cómo
le fue después? ¿Cómo terminó su carrera?
Se
sorprende. Redgrave parece que no lo sabe. Es Finney quien me contesta y, es
curioso, como tantas veces sucede en los sueños, se han desdoblado y ahora
están los dos presentes en la escena.
—Fue
fácil y agradable. Apenas tuve que trabajar o preparar las clases. Me relajé y
dejé que fueran los alumnos los que tomaran la iniciativa.
A
medida que Finney habla, Michael Redgrave parece sorprenderse, como si no
recordara nada o como si no estuviera de acuerdo. Tal vez él no fue capaz de
relajarse y esta iniciativa solo la tomó Finney.
—Bien
poco aprenderían, ¿no? —pregunta el Croquer-Harris de la película en blanco y
negro.
—Bien
mirado, casi nada —contesta Finney en colores—. Pero les llegué a caer bien.
—Te envidio —le contesta Redgrave—. No estoy de acuerdo, pero te envidio.
Me he despertado lamentando dos cosas: por un lado, por ser este sueño una pesadilla sobre el tema educativo; y, por otro, por lo corto que fue el propio sueño. Tengo que vivir con esta contradicción. La misma que tuve que soportar durante mi vida profesional; disfruté solo a ratos y me frustré mucho en una profesión que debía haber sido muy gozosa: el cuidado y moldeado de la juventud.